Los grabados de Hiroaki destacan por su delicadeza y su composición armoniosa, a menudo representando escenas de la vida cotidiana, paisajes pintorescos, templos envueltos en neblina, jardines tranquilos y barrios tradicionales bañados por una suave luz. La naturaleza tiene un papel central en su obra: montañas nevadas, ríos apacibles, bambú que se mece con el viento y cerezos en flor simbolizan el paso del tiempo y el vínculo profundo entre el pueblo japonés y su entorno. Sus grabados evocan la calma y elegancia del Japón rural, a menudo en tonos suaves y una atmósfera poética.
Una de sus obras representativas, Crepúsculo en el Puente Ryogoku, captura un momento fugaz al atardecer, cuando una suave penumbra envuelve el Puente Ryogoku en Tokio. La escena es pacífica, con las siluetas de los transeúntes y los barcos que se destacan delicadamente en las aguas oscuras del río. Las nubes y el cielo rosado se reflejan sutilmente en el agua, creando un efecto de espejo casi surrealista. El puente, una estructura icónica en el arte japonés, conecta las dos orillas, simbolizando la interacción entre la naturaleza y la humanidad.
El estilo de Takahashi Hiroaki se caracteriza por líneas finas y precisas, un uso notable del color y el sombreado para evocar los cambios de estación, el clima y los momentos del día. Utiliza la técnica del bokashi, un degradado de color aplicado con cuidado, para crear profundidad y una atmósfera de ensueño. Su meticulosa atención al detalle en árboles, olas y patrones de kimonos revela su maestría y profunda comprensión del arte tradicional japonés.
Las obras de Hiroaki siguen siendo admiradas por su capacidad para transmitir una atmósfera atemporal, encarnando la serenidad y la belleza efímera del Japón antiguo.